martes, enero 30, 2007

Carretera de recuerdos


- J-A-E-N. ¡Jaén!
- Venga, ahora deletréame “Valladolid”.
- V-A-L-L-A-D-O-L-I-D
- Mmmmmmmmmmm. ¿Cuál falta? ¡Yo qué sé! “Barcelona”
- B-A-R-C-E-L-O-N-A

El Citröen LX cruzaba por la A-5 los campos áridos y pedregosos que circundan Trujillo. A la derecha, el pueblo se confundía con el color marrón de la tierra, mientras la alcazaba árabe vigilaba de lejos el trasiego de vehículos, gobernando sobre los siglos de historia que se agrupaban a sus pies en forma de palacios e iglesias.
En la radio del coche, Manolo García daba rienda suelta a los arabescos de su voz, mientras Quimi Portet le acompañaba a la guitarra. “Baña la luna en Escorpio la carretera que piso. Allá voy. Carretera de recuerdos grises como un sucio nubarrón”.
Una niña morena de ocho años ocupaba el asiento derecho trasero. “La parte más segura”, decía su hermano mayor, que manejaba el volante del Citroën gris por la carretera de Extremadura como si llevara haciéndolo toda la vida. Bueno, toda la vida no, pero varios años sí, desde que conoció a Paqui, su novia, en Málaga, en el viaje de fin de curso.
La niña veía el sol anaranjado de las últimas horas de la tarde perderse por entre encinas y alcornoques. No tenía prisa por llegar, le gustaba mirar por la ventana y quedarse embobada observando cada pueblo, cada torre de iglesia, cada cortijo derruido a la orilla de la carretera. Aún así, le hacía ilusión volver un año más a aquella ciudad que tanto le sorprendía. Encontrarse de nuevo con el Guadiana, con el puente romano y con el templo de Diana. Volver a comer aquellos platos tan ricos que preparaba la madre de Paqui. Encontrarse con Juanfran, que cada vez que de higos a brevas se pasaba por Madrid daba una alegría a toda la familia de su amigo.
“¡Mira, ya estamos llegando!”, dijo su hermano que, a continuación, comenzó a entonar la melodía de la canción principal de West Side Story con la letra un tanto variada: “Mérida, Mérida, Méeeeeeeeeeeeeerida, Mérida, Mérida, Méeeeeeeeeeeeeerida”. Ella se echó sobre el respaldo del asiento delantero y abrió muy bien los ojos para que no se le pudiera escapar ni un solo detalle: a la derecha debería aparecer el acueducto de San Lázaro y el hornito de Santa Eulalia lo haría un poco más adelante. El río, ancho, caudaloso como no había visto en su vida otro, le daría la bienvenida al otro lado de la ciudad.
Una vez lleguen, a la noche darían una vueltecita por la calle John Lennon. A ella le daba un poco de miedo ver aquello lleno de tanta gente a altas horas, pero le gustaba ir de la mano de su hermano y entrar en los bares de copas siendo aún una niña. En el local, pediría una Coca Cola y se quedaría quieta sobre un taburete, mientras los mayores hablaran de cosas que no podía ni quería comprender.
Con un poco de suerte, seguro que a lo largo del fin de semana se cruzaba en su camino alguna ruina romana nueva, o tal vez visitaría de nuevo el Museo Romano con su hermano. La verdad es que irse de Mérida sin ver ni una sola estatua manca era como no haber estado allí.
El domingo volvería a casa. No sabía muy bien por qué pero el viaje de regreso nunca era igual que el de ida. Veía los paisajes con desazón, sin querer regresar, como si cada kilómetro que dejaba atrás fuera un motivo menos de alegría. Su ciudad no le ofrecía ningún atractivo particular. No tenía nada. Aún era pronto para saber que años más tarde iba a descubrir que eso era algo que le sucedía en cada viaje, cuyos destinos iban a variar mucho al cabo del tiempo. Su rutinaria vida estival de niña pequeña volvería a circunscribirse a los domingos de paella en el campo, las mañanas entre sábanas y las tardes perdidas de televisión y juego solitario en el patio.
Quince años más tarde, el Citröen LX que tantos kilómetros recorrió entre Madrid y Mérida fue sustituido por un monovolumen de Hyundai, cuya parte trasera la niña de ocho años, ya transformada en toda una mujercita, rara vez ocuparía. El puesto se lo habían quitado sus sobrinos, Jesús y Lucía, que en los viajes de ida a Mérida escuchaban en la radio del coche a los Lunnis.

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viernes, enero 26, 2007

..."Que si te callas, se calla la libertad"

"Canta, canta. Nunca pares de cantar. Que si te callas, se calla la libertad".
Hace no mucho tiempo, cuando la Ley de Matrimonios Homosexuales fue aprobada, estaba yo reunida con mis compañeros del Curso de Periodismo Taurino. Aunque muchos no se lo crean, en él hay una gran disparidad de ideologías. En un determinado momento de la conversación, yo manifesté mi total apoyo a la unión entre personas del mismo sexo, a lo que uno de mis compañeros contestó en tono jocoso: "Ya de paso también podían legalizar el matrimonio entre personas y animales". En ese instante pensé que con semejantes ideas no es de extrañar que muchos crean que los aficionados a los toros somo unos retrógrados de padre y muy señor mío pero, evidentemente, cerré mi boquita.
Los que me conocen saben que soy una persona bastante discreta, aunque también muy radical en cuanto a odios y amores. Quizá por todo esto se me revuelvan especialmente las tripas cuando voy a los toros y me encuentro con chavales de mi edad embutidos en sus pulcros trajes de chaqueta y repeinados en plan Mario Conde (no acepto comentarios en este punto, yo no tengo culpa de cómo son mis jefes). Odio lo tópico sólo por lo tópico y, en cambio, me encantan las personas valientes que transgreden sin el objetivo de llamar la atención, sólo porque se sienten así.
Por tal motivo, os invito a escuchar esta canción. Me permito poneros en situación: Mitad de los años 40. Horas canallas en una ciudad portuaria andaluza. Represión en las calles y en las mentes. Libertad clandestina entre las cuatro paredes de una sala de fiestas. Una persona que se muestra tal como es mientras dura la noche, para convertirse sólo en en la sombra de su otra mitad cuando amanece (viene a mi mente "Belle de jour" de Buñuel).
Una historia de esas que, mal que le pese a algunos que se las dan de avanzados, continuaría levantando ampollas entre el vecindario. Una canción que rezuma bohemia y vida de contrabando por los cuatro costados. "Después de escuchar esta canción, lo único que se puede hacer es beberse en solitario una ginebra o un whisky en la barra del Pay Pay". La frase no es mía, pero creo que han dado en el clavo. ¿Cuándo nos vamos para allá, niño?


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martes, enero 23, 2007

El "Síndrome Alcorcón"

Bandas urbanas que se citan por mensaje con el único fin de repartirse leña. Xenofobia, violencia, autoridades desbordadas por hechos que se les van de las manos, que les superan. Algunos dirán que a toro pasado es muy fácil hablar, pero lo que está ocurriendo ahora mismo en Alcorcón no me pilla en absoluto de sorpresa.
Como muchos sabréis, vivo en Fuenlabrada, una de las cinco asquerosas ciudades dormitorio del sur de Madrid. Viajo todos los días en transporte público y resido en plena zona de marcha fuenlabreña. Quieran o no, sé perfectamente de qué va todo esto.
Estoy muy acostumbrada a codearme con adolescentes en cuyas cabecitas fermentan ideas fascistas, inspiradas sólo por el racismo y la inercia de la mala compañía. A mis oídos han llegado nombres de bandas fuenlabreñas (y quién sabe si extrapolables a otras poblaciones) como Black Power o Media Luna, supuestamente formadas por miembros de raza negra y árabes, respectivamente. Sí, sin lugar a dudas, toda esta violencia se palpa por la calle y salta a la vista que sólo basta un hecho aislado para encender el fuego. Fuenlabrada y las ciudades del sur de Madrid no son, ni mucho menos, un ejemplo de integración como antes de que todo esto surgiera quisieron pintarlas. Son, simple y llanamente, arrabales de gran capital donde se cuecen este tipo de sucesos.
Está claro que todo esto viene provocado por chavales jóvenes que no saben muy bien a lo que aspiran y están más perdidos en la vida que un pulpo en un garaje, lo digo porque lo veo todos los días. También tenemos "canis", como los llaman por allá abajo, a mansalva. Que, oigan, también son para echarlos a comer aparte.
¿Cuál es la solución? Pues no tengo ni remota idea. Básicamente, parece que está claro que la educación está de por medio. Lo cierto es que lo único que pretendo con este post es hacer ver que la tensión, día a día, se palpa en el ambiente y que es algo que los ayuntamientos de estas horrorosas ciudades deben conocer de sobra. Realmente, no sé de qué se asustan, sólo basta con darse un paseíto por las zonas más pobres de Madrid para saber que lo del "Síndrome Alcorcón", como lo escuché nombrar esta mañana en la Ser, era perfectamente previsible.

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martes, enero 16, 2007

Eres Madrid

Calle Velázquez, Paseo de Eduardo Dato, Almagro, Alonso Martínez, Hortaleza, Calle Libertad, Gran Vía.
Algo pesa en la conciencia y el lastre sólo se suelta pateando las calles de Madrid. Las fachadas, los portales, los escaparates, las cafeterías. Cualquier rincón sirve para proyectar en él la rabia, la pena.
Al ver la vida de una ciudad gris de cielo plomizo, la nuestra pasa a ocupar un segundo plano. Somos invisibles. No existimos. Nadie repara en nosotros. Se cumple nuestro deseo de bajarnos del mundo sólo por un momento.
Quizá suceda lo contrario. Comenzamos a sentirnos más vivos al fundirnos con el latido de una ciudad que nos pertenece, que es nuestra, que comenzamos a descubrir, a desnudar. Aún no lo tenemos claro. No hay prisa, ella siempre espera.
Seguro que él también sabe algo de esto. Prefiero la versión en directo, pero la canción viene muy al caso. Suena a Madrid.


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sábado, enero 13, 2007

El diálogo es la única vía

A las 16:30 de hoy pasaba yo por Colón para dirigirme a mi trabajo. Unas poquitas personas empezaban a congregarse allí para tomar parte en la manifestación contra ETA. Tal y como informan algunos medios digitales, la palabra PAZ se podía leer en las múltiples pancartas que enarbolaban los participantes.
Seguramente, si no hubiera tenido que cumplir con mis obligaciones laborales, no me habría unido a todas esas personas que han recorrido el Paseo de Recoletos. No por nada, sino porque no sé muy bien si comparto sus intenciones porque ni tan siquiera sé cuáles son con exactitud. Tanto lío de palabras y de lemas me hacen desconfiar de todos. Sí, es culpa mía, peco de ignorante, lo reconozco. De lo que sí estoy segura es de que JAMÁS en la vida me uniría a una manifestación convocada por la AVT. Esa imagen de personas vestidas de los pies a la cabeza de Burberrys o similares insultando a los periodistas de TVE me provoca un rechazo atroz. Parece que ellos son los que utilizan el nombre de las víctimas del terrorismo para clamar contra el Gobierno y todo lo que tenga que ver con él.
A pesar de todo lo ocurrido, creo en el diálogo. Me he dado cuenta de ello. He de reconocer que nunca me había parado a pensarlo con seriedad, pero después de leer una entrevista que hace dos semanas realizaban en El País Semanal a Eduardo Madina lo supe. ¿Cómo se puede analizar con tanta objetividad y racionalidad el conflicto vasco habiendo sufrido en persona lo que él conlleva? Sin lugar a dudas, Madina me impresionó.
Creo que el diálogo es la única vía para acabar con esta pesadilla que no nos deja vivir en paz desde hace tantos años. "Quien algo quiere algo le cuesta", sí. Seguramente, aquellos que se dedican a recorrer las calles bandera española (casi diría que borrando a última hora el águila del centro) en mano y atacando verbalmente a todo aquel que esté de parte del Gobierno dirán que ya pagamos bastante con las innumerables víctimas que la guadaña de ETA ha cosechado a lo largo de todo este tiempo.
Sin embargo, yo creo que es muy difícil hacer ver a un asesino el dolor que ha causado entre tantas familias. Hacerle creer que sólo eso basta para que abandone las armas. Por la fuerza bruta no conseguiremos que ETA deje de matar. El "porque sí" nunca funcionó. El "porque sí" sólo lo usan ellos. La irracionalidad, la extorsión, sólo es empleada por el asesino. La palabra, el diálogo, la razón han de ser las más poderosas armas de la víctima.

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lunes, enero 08, 2007

25 céntimos

Buenos días, Ezequiel. ¿Qué tal has dormido hoy? Perdona por no haber enchufado anoche el radiador, pero es que tenía tanto sueño que me fui derechita a la cama. Espero que no hayas cogido frío, que la última vez que te constipaste estuviste en cama con fiebre una semana entera.
Voy a levantar la persiana, a ver si entra un poco de luz a la alcoba.
¿Sabes? Ayer llamó por teléfono Teresita, para preguntarme qué tal estaba. Hacía cuatro meses que no sabía nada de ella, pero es que ya sabes cómo son los jóvenes de hoy en día, tan ocupados con sus carreras.
Por lo visto, la niña ya ha encontrado trabajo de lo suyo, de abogada, aquí en Madrid, y va a ganar mucho dinero, pero yo ya le he dicho que no se lo gaste todo, que vaya ahorrando para comprarse un pisito y casarse, pero, claro, lo primero es echarse un novio y no la veo yo mucho por la labor.
De sus padres poco sé. Su madre se pasa el día saliendo y entrando con las amigas cuando no se va con el marido a descansar a Benidorm. Hay que ver, que llevo dos meses sin verlos, pero bueno, yo entiendo que las cosas no son como antes y que todavía se tienen que divertir, que con cincuenta años ahora todavía se es joven y no como cuando nosotros, Ezequiel, que con treinta ya llevaba luto por mi padre. Pero hoy las cosas son así, oye, y yo lo veo bien, que se tienen que divertir.
Pero, la verdad, es que me siento un poquito sola. No quiero ser egoísta, pero si al menos Teresita me visitara más... Porque la verdad es que cuando viene y me da un achuchón, como que se me alegra el día.
Muchas veces yo le digo que cuando me muera le dejo la casa del pueblo a ella. Todo a ella, que la de Madrid para sus padres pero que la del pueblo para ella. Aunque, eso sí, me gustaría irme a pasar mis últimos años allí. Pero, claro, eso si tuviera dinero para hacer unas reformitas, que allá no se puede vivir todo caído como está.
Es que nunca tuvimos con qué arreglarlo, Ezequiel, y hay que ver las ganas que tú tenías de volver al pueblo a vivir. Si yo pudiera vendía el piso de Madrid y con eso le decía al hijo de la Antonia que me arreglara la casa. Es que, por lo visto, es muy buen albañil, y el resto del dinero pues para ir tirando, porque ya sabes, Ezequiel, que con la pensión que tengo apenas me queda para nada.
El otro día, en el mercado, me faltaron veinticinco céntimos para pagar, yo, que sólo llevaba cinco euros de esos porque no me podía gastar más. Hay que ver qué apuros pasé, Ezequiel, que tú ya sabes que nunca me ha gustado dejar nada a deber.
Si yo pudiera vender el piso de Madrid... Allí en el pueblo todo es más barato, pero la madre de Teresita me tiene dicho que no, que ese piso es para ellos cuando yo me muera, y, claro, a mí me sabe muy mal no darle el piso a mi única hija.
Pero si yo pudiera irme al pueblo... Así te iría a ver todos los días y visitaría a la familia que queda y a las vecinas de siempre, y hablaría de ti y de las cosas de antes y me acordaría de aquel día de fiestas en el baile, cuando me sacaste en la última pieza y me dijiste que mis trenzas eran las más bonitas de todo el pueblo.
Hay que ver, Ezequiel, tantos años y aún me acuerdo de la cosa que se me subió garganta arriba cuando me dijiste aquello... Pero bueno, ya estoy con mis cosas de vieja chocha, que no me extraña que la Teresita no venga a verme más.
Voy a ponerme a aviar un poco la casa, que ya han pasado las burras de leche hace rato. A ver si te cambio el marco, que se está desmontando el cuadro y perdóname, hijo, por lo del radiador de anoche. Hoy te prometo que dormimos más calentitos.



El video llega vía Cuchilladas. Una auténtica bofetada para todos.

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domingo, enero 07, 2007

Bushido: El camino del guerrero

El otro día vi la película El último Samurai por televisión. Creo recordar que las críticas no fueron muy buenas y, desde mi punto de vista, la historia del soldadito americano "adoptado" por toda una aldea de samurais me parece, cuanto menos, inverosímil. Sin embargo sí he de decir que la película me gustó por una razón de peso: gracias a ella me he interesado por la filosofía de estos guerreros japoneses.
Un modo de vida espartano donde el honor ocupaba un puesto trascendental. Tanto, que si se perdía solamente podría ser recuperado con el seppuku o suicidio ritual. Una disciplina férrea que gobierna el día a día del samurai desde la cuna. Sí, una existencia dura pero también llena de armonía y de equilibrio.
Los actos de los samurais se regían a través del Bushido o "camino del guerrero". Siete normas a seguir de las que nosotros podríamos aprender mucho o que, al menos, podrían servirnos para reflexionar: "Un samurai recibe respeto no sólo por su fiereza en la batalla, sino por su manera de tratar a los demás" / "Las palabras de un hombre son como sus huellas: puedes seguirlas donde quiera que él vaya" / "Álzate sobre las masas de gente que temen actuar. Ocultarse como una tortuga en su caparazón no es vivir".
Algo que también me llamó mucho la atención de la película es la lucha entre la tradición y el progreso avasallador de la globalización. Yo, personajllo un tanto anacrónico, me identifico por regla general con el pasado y siento un profundo respeto por las formas de vida de cada pueblo, por las tradiciones perdidas. Creo que hoy en día sufrimos una grave crisis de identidad. Si nos preocupáramos más por saber de dónde venimos, tal vez supiéramos con mayor exactitud hacia dónde vamos. Quizá.

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martes, enero 02, 2007

2007... pues vale

ETA acaba con la tregua, a Saddam se lo cargan y Bulgaria y Rumanía se integran en la Unión Europea. Así termina el 2006 y comienza el 2007. Pero qué les voy a decir que ustedes ya no sepan sobre ello. ¿Qué tengo que decir yo al respecto? Pues que las dos primeras noticias me hacen pensar mucho y que la tercera un poquito. Lo siento pero yo no creo en la unidad de naciones tan dispares entre sí, aunque a todos nos benefice a la larga. Pero, en fin, yo no soy la más indicada para hablar, ya saben.
¿Yo? ¿Cómo he recibido el año? Pues miren, me siento como cuando el despertador suena por la mañana y lo vas apagando cada cinco minutos para quedarte un poquito más remoloneando entre las sábanas. Siento una especie de tristeza continuada, más bien desganada, pero vamos, que es que yo soy así, ya sabén. Nada, o poco, me hace reaccionar y salir de mi permanente estado de letargo.
¿Lo único bueno? Que hace poco recibí un regalo inesperado, justo cuando empezaba a dejar de creer en Gaspar. Es que yo soy de Gaspar, ¿saben ustedes? Le representé en el Belén viviente del colegio, cuando solamente tenía 11 añitos, pero realmente milito en el partido melchorista. Me inspira mucha ternura y le veo como una especie de sabio milenario... Yo qué sé, ideas, no busquen la coherencia.
En fin, a pesar de todo, y como cualquier persona que mantiene esperanzas, intento creer en todos los acontecimientos positivos que me esperan este año. A lo largo del 2006 me sucedieron cosas magníficas, y otras no tan buenas. No se preocupen que no las voy a relatar. Tan sólo espero, como cada mes de enero, seguir creciendo un poquito más como persona y tomar, cada vez, veredas mejor encauzadas.

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