Línea tangente
No le costó reconocerlo, a pesar del tiempo que había transcurrido desde que se vieron por última vez; por supuesto, sin dedicarse tan siquiera un leve gesto a modo de saludo. Seguía teniendo aquella cara de constante complacencia, aunque parecía que había ganado algo más de peso. Además, visto lo visto, resultaba evidente que el buen gusto a la hora de vestir se había ido al garete con su soltería.
“¿Cómo te llamas? ¿Mañana también vas a estar por aquí?” Y a aquellas preguntas formuladas siete años atrás respondía sorprendida una chica oronda con cara de cráter lunar, sin poder creerse aún receptora de ellas. Después llegarían otras caras, otras interpelaciones, otras circunstancias. Manos que amasaron el barro para contribuir a darle forma de mujer, mientras él blindaba su futuro entre chalés adosados y alianzas de oro. Ahora ya no queda crater, ni luna, ni preguntas, ni respuestas, ni tan siquiera el lugar en el que todo empezó.
Ella, en cambio, sigue queriendo fumarse la vida a grandes caladas del más puro tabaco negro. Nunca dejó de creerlo. Esa idea crecía con más fuerza a medida que conocía más detalles del irónico destino divergente que a ambos parecía esperarles. Su camino es una tangente que toca en un único punto la estática mesa que él ocupa y, mientras continúa hacia delante, volviendo el rostro con ojos disimuladamente extraviados, un pequeño proyecto de persona emite sus primeros latidos en el vientre de aquella por la que ahora ya no sería capaz de sentir el menor atisbo de envidia.
Etiquetas: Jugando a ser escritora