lunes, abril 03, 2006

Volver (publicado en febrero de 2006)

Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien.
Estoy llegando al final de mis días y siento que toda mi vida giró y ha girado tan sólo en torno a aquellos años de lucha y firme ideología. Si no fuera así, no habría vuelto a mi país para morir y ser enterrado en esta tierra cuyo futuro se nos escapó de las manos a la generación de “rojos” de aquel entonces. México hasta hoy ha sido mi patria. ¿Patria? ¿Y qué es la patria? Cuando tuve que salir huyendo de España después de perder la guerra sentía que dejaba tras de mí todos mis impulsos vitales. Hoy siento que no formo parte de ningún sitio. El desarraigo ha arraigado en mí abonado por un sentimiento de derrota que solamente me abandonará cuando venga a buscarme la muerte, que ya espera agazapada en la esquina más próxima.
Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada.
A pesar de todo, hoy regreso para reencontrarme con los fantasmas que me han estado acompañando a lo largo de todos estos años. Cada día acudían a mí prontos a despertar mi recuerdo y mi conciencia nombres de compañeros caídos en el frente, inesperados gestos de solidaridad y las sombras de ese sentimiento profundo que une a aquellas personas que defienden en común una causa que creen justa.
Qué febril la mirada, errante en la sombra te busca y te nombra.
En aquellos días marcados por el miedo y la euforia pude ser testigo de la bipolaridad que siempre planea sobre la condición humana. Jamás olvidaré a aquellos milicianos junto a los que luché, verdaderos amigos que cayeron destrozados a mi lado por el impacto de un obús o azotados por la ráfaga de la metralla enemiga. En el recuerdo de aquel tiempo también está presente la imagen, el olor y el calor de la meuca con la que me olvidaba por un momento de todo el horror del combate. Aquel cuerpo ajado y desgastado era mi refugio, a pesar de que en cada poro de su piel estaban escritas las huellas de otras manos, de otras bocas, de otros brazos. Junto a ella encontraba ese instante de paz necesario para continuar sintiendo de cerca el corrosivo aliento del peligro.
Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez.
Tuve suerte y me escapé de la muerte, pero en cambio viví con la pesada carga causada por lo perdido, por el intento frustrado y por la duda del esfuerzo vano. A pesar de ello, mi espíritu republicano nunca me ha abandonado, y a esa que según digo está escondida en cualquier cercano rincón para cortar mi cabeza con su guadaña la saludaré del mismo modo que empleaba con mis compañeros: “¡Salud y República, camarada!”.

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