martes, diciembre 23, 2008

Mind the gap (y II)


Creo que los ojos se me debían de salir de las cuencas. En el momento en el que nos colocó el filete entero de bacalao encima de las patatas fritas, tuvimos que poner la misma expresión de habernos encontrado con una rata en el interior de un bote de Coca Cola. “Five pounds each, please”. Pues nada, five pounds. Y camino del hotel con el cartucho de pescao inglés. Que si quieres “fish and chips”, Catalina. “Mind-the-gap” se habría descojonado vivo. Es lo que tiene jugar con ventaja en tu propio país, igualito que con la pinta de cerveza. No habría sido tan difícil comentarnos que de pequeños trocitos nada, que allí el pez no se cortaba y te lo tenías que comer tal cual. Pero claro, que el pobre no salía de esas tres palabras tan difíciles de olvidar para un usuario del metro londinense…

Al día siguiente, no volvimos a escucharlo hasta después del Cambio de Guardia; esa exhibición, disciplinada y musical, de soldaditos de plomo a tamaño natural. Tras entrar en contacto con el masivo calor humano apostado frente al palacio de Buckingham, fuimos a buscar a Mr. “Mind the gap” hasta Green Park. Nuestro amigo se alegró de vernos, a pesar de haberle sido infiel unas cuantas horas antes con el autobús de dos pisos. Y se vino con nosotras a montar en el London Eye. De gratis, eso sí. Echádole jeta. Total, nadie lo ve. Sólo se le oye o se le recuerda.

Por listo, por venir allá donde íbamos, se tragó también el coñazo del barquito. Támesis arriba. Allá donde Londres seguro que recibe otros nombres que bien podrían sonar a Leganés o Alcorcón. Le faltó tiempo, como a nosotras, de ver la cúpula de la catedral de San Pablo para echar pie a tierra y, de paso, tropezarse por pura casualidad con el Globe de Shakespeare. Con Dios, hermano “Thames Clipper River Roamer”, que nosotros nos vamos caminito de Fleet Street. Que siga usted recogiendo a tanta gente y pasando varias veces al día por debajo del Tower Bridge. Se lo cambio gustosa por la “M-40 a la altura de los túneles del Pardo”, a pesar de que cualquier día pudiera terminar de catamarán hasta los cojones.

Por la calle del “barbero diabólico”, ni rastro de Sweeney Todd. Ningún atisbo, tampoco, de periodista alguno. Hace tiempo que las grandes cabeceras se marcharon de allí, dejando solas y sin amigos a las “Royal Courts of Justice”. ¿Cómo podría definir la pinta de ese edificio? Tal vez algo así como “reducto de Camelot urbano donde los caballeros de la Tabla Redonda usan toga en vez de armadura”. Me temo que mi colega, el de la voz del metro, no habría estado muy de acuerdo conmigo en caso de haberme escuchado… El hombre era más bien de “sota, caballo y rey”. Eso de imaginar parecía no ir mucho con él...

Y prefiero pensar que cogimos Covent Garden en horas bajas, o que la expectación era demasiado alta. Por más vueltas que dimos no encontramos nada extraordinario por allá, a excepción de unos cuantos locales en los que no resultaba difícil imaginarse a una misma echando una tarde entera en ellos, para ver pasar a la gente por la calle. Llegados a este punto, seguro que Mr. “Mind the gap” me habría dicho cuatro cosas con mucho gusto, pero me parece que el peor momento para todo un “londoner” como él estaba por llegar. Y todo por culpa del Museo Británico. Entrar en semejante lugar te plantea la duda de si los ingleses de verdad se desvivían por la arqueología… o si lo que realmente les pasaba es que eran “amantes de lo ajeno”. Va a ser que me decanto por lo segundo…

Sí, se cabreó conmigo. Bueno, eso es lo que habría hecho de haber sido real. Sin embargo, nos dio mucha pena despedirnos de él unas cuantas horas después de flipar en colores con los frisos del Partenón “conservados en almíbar”. Tuvimos una hora, entre el barrio de Bloomsbury y el aeropuerto de Heathrow, para sonreír – incluso - con la atención tan desmesurada que nos dedicaba nuestro colega, tan preocupado durante esos cuatro días de que no se nos fuera a olvidar el dichoso agujerito. Pero - ¡lo que son las cosas! - una vez en el avión, eché mucho de menos alguna voz masculina que me dijera algo así como “mind the gap between London and Madrid”.

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domingo, diciembre 14, 2008

Mind the gap (I)



Es el soniquete del metro de Londres. "Mind the gap, please. Mind the gap between the train and the platform". Una frase constante y pegadiza que se cuelga al hombro del viajero. Nada que ver con ese "atención: estación en curva. Al salir, tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén" que aparece de higos a brevas en alguna línea madrileña. Yo creo que todavía tiene que estar esperándonos allá por Russell Square. De hecho, unos cuantos días después, continúo buscando a alguien que me avise de la existencia de un hueco donde poder meter la pata.

Y es que “Mind the gap” se nos acopló. Así, sin más. Sin preguntar siquiera. Allí estuvo comprando con nosotras, en el mercado de Camden, entre olor a tallarín frito y tiendas con qipaos descartados por caros. Ayudó a Raquel a decidirse por la camiseta de Trainspotting; a mí, por el vestido azul. De noche, en cambio, andando por el Soho, podría haber tenido el detalle de avisarme de que no era suficiente con pedir “two pints” en un pub para que te sirvieran un buen vaso de cerveza, que te preguntarán si quieres tipo larger o tipo %&"p!g? y que, con cara de "voy-a-intentar-abrir-la-oreja-porque-si-no-voy-de-culo", no tendrás más remedio que avistar un barril de Guinness y señalar con el dedo. Eso, en el caso de que hubiera sabido advertirnos de algo distinto a su ya cansino "agujero".

En la Torre de Londres, “Mind-the-gap” quiso hacernos fotos posando con un “beefeater”. También nos enseñó, orgulloso, las joyas de la corona. El Koh-i-Noor, por ejemplo, está allí. Mirar y no tocar para cientos de turistas cada día. Mirar y tocar para los miembros más destacados de la familia Sajonia - Coburgo (a.ka. Windsor). ¿Como símbolo del poder de un imperio? ¿Usado por el representante supremo de ingleses, galeses, escoceces y norirlandeses? Si la India no hubiera llegado a ser nunca colonia británica, ¿dónde estaría ahora el diamante? Supongo que todas estas cuestiones habrían sido algo así como un jarro de agua fría para la natural flema inglesa de nuestro amigo; quien, suponiendo que fuera algo más que una voz repetitiva, reuniría argumentos inconexos a modo de respuesta, con cara de guiri tostado al sol de Torremolinos.

De haber podido decir una frase diferente a su consabida cantinela, seguro que habría acabado por acordarse de todos nuestros santos cuando, en una tarde, le llevamos por Hyde Park y los jardines de Kensington para después recorrer el mercadillo de Portobello Road. Allí, con los gemelos reventados por la caminata, le hicimos ir de puesto en puesto: desde aquellos que vendían antigüedades hasta los que despachaban pescado a pleno aire libre. Más tarde, habría recuperado algo de ánimo a costa de mofarse de nosotras en Harrods. El señor “Mind-the-gap” se lo debió de pasar bomba viendo cómo nos volvíamos locas en el paraíso del café, el té y el chocolate que Mohamed Al-Fayed ha instalado con todo lujo de detalles en la planta baja de sus grandes almacenes, esos mismos en los que también hay un "monumento" a la memoria de su hijo y de Diana de Gales. Por cierto, ¿qué pensaría la Princesa si pudiera verlo?

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