El candado
1. Enviar el pedido.
2. Terminar el informe.
3. Reunión a las 12.
4. Responer varios e-mails.
5. Almuerzo con el director.
Por eso se le olvida. Por eso va al despacho del director a las doce de la mañana. Le dice que no, que habían acordado un almuerzo, ¿no era así? Y vuelve a su sitio, pero sólo ve el candado. Va a por un café, para hacer tiempo. No le calma, tampoco lo pretendía. Pero da vueltas por la oficina. Y luego se sienta de nuevo. Quiere acabar el informe, pero no está en su sitio. Está en el de enfrente. Y se levanta, y se sienta otra vez. Ahora ya bien. Echa hacia atrás el respaldo del sillón, y ve el candado. Y se incorpora. Va a la sala de reuniones. Papeles revueltos sobre la mesa. Terminó hace rato. Nadie le avisó.
Eso es todo. Para ellos. Para él, no. Lo más importante para él no está ahí. Pero eso no lo sabe nadie. Nadie, excepto él. No le deja concentrarse. No puede hacerlo poque sabe que está allí, en el cajón de su escritorio. Bajo llave. Escondida, o esa era la intención. Pero lo llama, o él siente que lo llama. Y mira el candado. Y quiere abrirlo. Y quiere cogerla.
Por eso se le olvida. Por eso va al despacho del director a las doce de la mañana. Le dice que no, que habían acordado un almuerzo, ¿no era así? Y vuelve a su sitio, pero sólo ve el candado. Va a por un café, para hacer tiempo. No le calma, tampoco lo pretendía. Pero da vueltas por la oficina. Y luego se sienta de nuevo. Quiere acabar el informe, pero no está en su sitio. Está en el de enfrente. Y se levanta, y se sienta otra vez. Ahora ya bien. Echa hacia atrás el respaldo del sillón, y ve el candado. Y se incorpora. Va a la sala de reuniones. Papeles revueltos sobre la mesa. Terminó hace rato. Nadie le avisó.
Regresa a su puesto de trabajo. Los correos electrónicos, recuerda. Responde, o al menos lo intenta. Le dicen que el contrato con K.O. se debió cerrar ayer, que qué pasa. No lo sé, contesta. Y da al botón de "enviar". Que por qué va con tanto retraso el asunto con los de abastos. No me importa, sostiene. No soy yo, es el candado. Es el cajón. Es lo que hay dentro del cajón. No lo entenderán, les comenta. Y vuelve a mirarlo. Te llaman por teléfono, le dicen. Que te llaman por teléfono, insisten. Que lo cojas de una vez. Que si estás sordo. Sordo, piensa. Sí. Y ciego, también. Que si ha enviado el pedido. Que si ya ha enviado el pedido. Joder, que si lo ha mandado o no.
Lo llama. Lo vuelve a llamar, pero ahora no son ellos. Es el cajón. Es el candado. Le tiembla el pulso. Lo nota al teclear "q" en lugar de "a". Lo siente al escribir el signo de interrogación en vez del exclamativo. Pero no es él. Es el cajón. Es el candado. Ellos dibujan también un cerco de sudor bajo las axilas. Ellos le taponan los oídos. Y se dice que ya basta, que ha sido suficiente. Y coge la llave, minúscula. Y la mete en la cerradura. Hace ruido. Tropieza con el escritorio. Y el candado se abre, por fin. Y agarra el tirador. Y allí está, brillante. Sobre el fondo oscuro.
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