domingo, marzo 29, 2009

El candado

1. Enviar el pedido.

2. Terminar el informe.

3. Reunión a las 12.

4. Responer varios e-mails.

5. Almuerzo con el director.

Eso es todo. Para ellos. Para él, no. Lo más importante para él no está ahí. Pero eso no lo sabe nadie. Nadie, excepto él. No le deja concentrarse. No puede hacerlo poque sabe que está allí, en el cajón de su escritorio. Bajo llave. Escondida, o esa era la intención. Pero lo llama, o él siente que lo llama. Y mira el candado. Y quiere abrirlo. Y quiere cogerla.

Por eso se le olvida. Por eso va al despacho del director a las doce de la mañana. Le dice que no, que habían acordado un almuerzo, ¿no era así? Y vuelve a su sitio, pero sólo ve el candado. Va a por un café, para hacer tiempo. No le calma, tampoco lo pretendía. Pero da vueltas por la oficina. Y luego se sienta de nuevo. Quiere acabar el informe, pero no está en su sitio. Está en el de enfrente. Y se levanta, y se sienta otra vez. Ahora ya bien. Echa hacia atrás el respaldo del sillón, y ve el candado. Y se incorpora. Va a la sala de reuniones. Papeles revueltos sobre la mesa. Terminó hace rato. Nadie le avisó.

Regresa a su puesto de trabajo. Los correos electrónicos, recuerda. Responde, o al menos lo intenta. Le dicen que el contrato con K.O. se debió cerrar ayer, que qué pasa. No lo sé, contesta. Y da al botón de "enviar". Que por qué va con tanto retraso el asunto con los de abastos. No me importa, sostiene. No soy yo, es el candado. Es el cajón. Es lo que hay dentro del cajón. No lo entenderán, les comenta. Y vuelve a mirarlo. Te llaman por teléfono, le dicen. Que te llaman por teléfono, insisten. Que lo cojas de una vez. Que si estás sordo. Sordo, piensa. Sí. Y ciego, también. Que si ha enviado el pedido. Que si ya ha enviado el pedido. Joder, que si lo ha mandado o no.

Lo llama. Lo vuelve a llamar, pero ahora no son ellos. Es el cajón. Es el candado. Le tiembla el pulso. Lo nota al teclear "q" en lugar de "a". Lo siente al escribir el signo de interrogación en vez del exclamativo. Pero no es él. Es el cajón. Es el candado. Ellos dibujan también un cerco de sudor bajo las axilas. Ellos le taponan los oídos. Y se dice que ya basta, que ha sido suficiente. Y coge la llave, minúscula. Y la mete en la cerradura. Hace ruido. Tropieza con el escritorio. Y el candado se abre, por fin. Y agarra el tirador. Y allí está, brillante. Sobre el fondo oscuro.

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martes, marzo 24, 2009

Una botella al mar

17. Aquel trajecito de torero estaba en un escaparate de la calle Puente y Pellón. Y algún día te haré un regalo de Reyes comenzando con esa frase.

26. Creo que hombres como tú sólo existe uno.

48. Ese Kilómetro 0 sale a mi encuentro todos los días. Y no siempre paso por Sol.

49. Sé lo que es ser consciente de echar a perder lo mejor que uno tiene.

55. Mientes, bellaco. En pizza sí lo soportas.

56. Existe. Créeme. He cambiado radicalmente de opinión. Pero no quiero que tú acabes por darte cuenta de que estoy en lo cierto por culpa mía.

60. Yo también. A la salida de Santa Justa. El mismo lugar desde el que, poco después, me mandaron un beso estampado entra las páginas de un libro. Respecto a Montesinos, creo que no lo voy a entender nunca mejor que dentro de un par de semanas.

68. ¿La memoria me falla en este punto o me diste información incorrecta?

69. A mí la Vieja Dama me juega muchas malas pasadas. Es suficiente con oírla nombrar.

72. Desde luego. Pero podemos decir que formamos parte de un selecto grupo de privilegiados.

74. Ni a mí sin conocer Lisboa, pero no sola.

79. "Un franco por tus pensamientos".

89. Tengo documentos gráficos que lo atestiguan.

95. Yo no soportaría hacerlo por Abad Gordillo, en particular. Tampoco por San Roque. Y qué te voy a decir de Ronda de Triana...

99. Y yo a ti. No te imaginas cuánto.

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lunes, marzo 23, 2009

Espera

Saca un cigarro. Lo enciende con un rápido movimiento de muñeca, y mira a izquierda y derecha. No le gusta, o al menos da la impresión de que no le gusta. Eso de estar parada, de pie, esperando. Parece una persona sin rumbo. Cree que los demás tienen un destino al que ir. Unos van a un café; otros, de regreso a casa. ¿Y ella? ¿Dónde va ella? O, mejor, ¿dónde no va?

Se queda mirando fija en un punto, a lo lejos, y su boca apunta una sonrisa. Pero sólo apunta, porque vuelve a buscar el paquete de tabaco dentro de su bolso, visiblemente fastidiada. Y es que opina que no le queda otra más que colocarse un nuevo pitillo entre los labios. Le parece que así el tiempo se consume más a prisa. O tal vez no. El caso es que quiere volver a fumar de nuevo, a grandes caladas, como lo hacen las mujeres que esperan.

Cuando se acerca la llama a la boca, un niño pasa en su bici junto a ella, a toda velocidad. La mujer se esfuerza por mantenerse en equilibrio sobre sus tacones, que acaban por quebrarse. Ella cae al suelo, con las medias rasgadas y los muslos al aire. No se mueve. Se la ve contrariada. Duda. ¿Se levanta? ¿Pide ayuda? No sabe muy bien qué debe hacerse en ese tipo de situaciones. Nunca se ha visto en otra similar. No puede evitar pensar en la palabra “humillación”. Arruga la frente, tal vez enfadada consigo misma por no saber reaccionar con rapidez.

No le parece práctico intentar levantarse. Descarta el ponerse a luchar contra aquella corriente de piernas en movimiento que avanza por la acera. Por eso, se decide a gatear sobre las baldosas llenas de polvo, despacio, y termina por apoyar la espalda contra la pared. A su lado, una cucaracha asustada corre a esconderse entre las rendijas de un sumidero, y se encuentra con las innumerables colillas que acaba de consumir durante todos esos minutos de espera. Están mezcladas con otras. Algunas aún recientes. Varias ya descoloridas y aplastadas hasta perder su forma original.

Excrementos de perro, chicles petrificados y unos cuantos cristales hechos añicos completan el cuadro marginal. Un bodegón olvidado del que siente que ahora forma parte. Una escena invertida de la que ella ha pasado a ser protagonista. Pero parece que no le importa demasiado. Da la impresión de que no se acuerda del tabaco. Y es que en vez de buscar otro cigarro, se sostiene con las manos la cabeza despeinada. Observa cómo cientos de pies sin ojos se acercan para después alejarse de nuevo, sin hacer una pausa siquiera. Pero lo hace sin prestar demasiada atención, a decir verdad, como quien no tiene otra cosa mejor que hacer.

Delante de ella pasan mocasines, deportivas, zapatos con y sin hebilla, de punta, con cordones, bailarinas, botas de piel, tacones de aguja… Distintos tipos de calzado que llevan a sus dueños hasta lugares concretos, en horas exactas. Un único sitio, un único momento. Unas coordenadas similares a aquellas por las que ahora se encuentra tirada en ese sucio rincón de la calle. El mismo desde el que sigue esperando. Porque la mujer espera todavía. Sí, se diría que sí. Pero sólo por esperar, sin saber muy bien a qué.

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martes, marzo 10, 2009

Nunca sabrás

No sé si te acuerdas de mí. ¡Qué chorradas digo! ¡Claro que te acuerdas! Te puedo asegurar que yo de ti, sí. De hecho, aún sigo echando de menos tu figura menuda, moviéndose de un lado para otro. Llegó un punto en el que podía reconocerte de lejos. Ese particular balanceo al andar... Un chaval entre perezoso e indiferente. O, más bien, una especie de actor secundario que interpretó por un momento el papel protagonista, diría yo. Aunque lo cierto es que, ahora que no estás, las aguas han vuelto a su cauce. Para bien o para mal.
Pero, al fin y al cabo, el silencio del "no hay mensajes nuevos en su bandeja de entrada" no deja de ser un alfiler minúsculo que se clava entre las uñas. Igual que el deseo de ver aparecer un pequeño sobre amarillo en la pantalla del móvil. ¡Maldito aparato! Odio ver cómo se ríe de ti cada vez que lo miras, en vano, con la esperanza de encontrar algo nuevo. Seguro que alguna vez has pasado por eso...
En cambio, tú... Tú jamás sabrás de qué lado de la cama prefiero dormir. Tampoco tendrás nunca idea de lo mucho que me gusta escuchar, desde la calle, el sonido de una radio escapándose por el balcón. En la vida te enterarás, me temo, de que los días de lluvia terminan por deprimirme, o que me pone de mal genio que el viento revuelva mi pelo. Cada mañana desayuno un Cola Cao bien cargado, con cereales, y me cuesta horrores ordenar mi habitación. Pero eso es algo que tampoco te importa demasiado. Me hubiera gustado contártelo, ya ves, aun a sabiendas de que poco valía intentarlo.
Y puede ser que tengas razón, ¿sabes? Puede que, en el fondo, mi nariz sólo tenga de hebrea lo que yo le quiero atribuir. También es posible que, por mis venas, corra algo de sangre ceutí. Y es que España - como tú decías - no es más que un queso hecho de mil leches.
Y aquella canción... La escucho todos los días. No por ti, no te creas, aunque me siga recordando... Pero es que es buena para cargar pilas a primera hora. Tiene mucha fuerza, como bien sabes. Y, cada minuto que pasa, 'our time is running out' y hay que saber aprovecharlo. De todos modos, yo nunca tuve mucha idea de cómo poder hacerlo. Así me va.


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