Historia a tres bandas
"Bar Chicote. Calle Gran Vía, Madrid. Son las 2.30 de la madrugada. Entran un hombre y una mujer.
Ella va vestida con un traje chaqueta negro, blusa blanca, y zapatos de bailarina oscuros con un entramado sinuoso de líneas blancas. Situada en la segunda mitad de su treintena. Pelo corto y suelto, a la altura de la nuca.
Él parece algo mayor, quizá los cuarenta bien cumplidos. Traje chaqueta gris perla, corbata azul. Gafas que le dan una aire de haber sido un empollón.
Cada uno porta una bolsa de papel amarilla idéntica.
Se sientan. Él pide un mojito. Ella un combinado.
Tres observadores: David, Moeh y Covadonga. Los tres montan cada uno su historia:"
El taxi arranca y ella se aproxima a su portal. Entre cansada y decepcionada mete la llave en la cerradura y da la luz, sorprendiendo a una pareja que se había refugiado en el hueco de la escalera para hacer un viaje de 30 minutos… quizá de 60. De regreso a Madrid, intentan esconder su rubor de posibles gestos recriminadores, pero ella se limita a mirar hacia el lado contrario con cara de fastidio.
En la radio del Audi se escucha el boletín de Radio Nacional. No hay mucho tráfico en la ciudad a estas horas, pero se lamenta por el incordio que causan las obras en la M-30. “Por mucho que votara a Gallardón, esto es una puñetera mierda”. Entonces, mientras sostiene con firmeza el volante del A-6, discute consigo mismo sobre cuestiones políticas y económicas, mientras su ego intelectual crece en actitud narcisista.
La casa permanece en la imperturbable quietud de siempre. Todo perfectamente ordenado, todo en su sitio. “¿Quién iba a cambiar las cosas de lugar?” Se tumba sobre la amplia cama del dormitorio y cierra los ojos por un momento. Si por ella fuera se quedaría dormida así, vestida, pero se incorpora de nuevo. Sobre el mostrador, ve la bolsa amarilla del IFEMA y siente un profundo arrepentimiento. “No debería haber ido. ¡Qué digo! Debería haber ido… pero sola”.
Ecos de ciudad fantasma en el barrio residencial. Todos duermen mientras él aparca el coche con milimétrica exactitud en su plaza de garaje. No le gustan los garajes, son lugares demasiado apropiados para convertirse en el escenario de un crimen. Abre el maletero para sacar el portátil y encuentra junto a él la bolsa amarilla del IFEMA. Al verla sonríe y piensa en ella. “¡Qué mujer tan agradable! Creo que le causé buena impresión. Seguramente le llame el domingo y la proponga comer en L’hardy”.
El aguijón de la luz del cuarto de baño se clava en sus pupilas, ha de cumplir con la rutinaria sesión de belleza antes de acostarse. No sabe muy bien por qué sigue haciéndolo, el espejo continúa devolviéndole un rostro de mujer renegada que ninguna crema sería capaz de borrar. Hay muchas cosas que jamás podrán borrarse, mientras otras nuevas hacen acto de presencia cada día. Esta noche deberá hacer una nueva muesca en la culata invisible del fusil de sus frustraciones.
Dos yogures con bífidus, un bote de alcaparras, un pedazo de queso, tres cervezas de Malta, una lata de anchoas, un tupper con lechuga picada y dos filetes de emperador son despertados de su sueño cuando abre la nevera. Uno de los botellines de Malta tiene los minutos contados. Se siente satisfecho por el transcurso del día y quiere celebrarlo, darse un pequeño homenaje. Mañana acudirá al bufete con una ancha sonrisa y todos le palmearan la espalda comentando el buen aspecto que tiene desde hace algunas semanas. Las nubes de tormenta aún están muy lejos y ni tan siquiera ha percibido el olor a tierra mojada.
De: Mauricio Fernández Lagasca
Enviado el: Sunday, April 02 18:50 PM
Para: Carmen Salgado Ortés
A lo largo de esta semana se celebrará en el IFEMA la Feria de las Antigüedades y el Coleccionismo. He pensado que, como es algo que a ti también te gusta, podríamos pasar la tarde allí el jueves que viene, después del trabajo. Así nos podemos conocer por fin en persona. Sabes que estoy deseándolo. ¿Qué te parece? Un abrazo.
Ella va vestida con un traje chaqueta negro, blusa blanca, y zapatos de bailarina oscuros con un entramado sinuoso de líneas blancas. Situada en la segunda mitad de su treintena. Pelo corto y suelto, a la altura de la nuca.
Él parece algo mayor, quizá los cuarenta bien cumplidos. Traje chaqueta gris perla, corbata azul. Gafas que le dan una aire de haber sido un empollón.
Cada uno porta una bolsa de papel amarilla idéntica.
Se sientan. Él pide un mojito. Ella un combinado.
Tres observadores: David, Moeh y Covadonga. Los tres montan cada uno su historia:"
El taxi arranca y ella se aproxima a su portal. Entre cansada y decepcionada mete la llave en la cerradura y da la luz, sorprendiendo a una pareja que se había refugiado en el hueco de la escalera para hacer un viaje de 30 minutos… quizá de 60. De regreso a Madrid, intentan esconder su rubor de posibles gestos recriminadores, pero ella se limita a mirar hacia el lado contrario con cara de fastidio.
En la radio del Audi se escucha el boletín de Radio Nacional. No hay mucho tráfico en la ciudad a estas horas, pero se lamenta por el incordio que causan las obras en la M-30. “Por mucho que votara a Gallardón, esto es una puñetera mierda”. Entonces, mientras sostiene con firmeza el volante del A-6, discute consigo mismo sobre cuestiones políticas y económicas, mientras su ego intelectual crece en actitud narcisista.
La casa permanece en la imperturbable quietud de siempre. Todo perfectamente ordenado, todo en su sitio. “¿Quién iba a cambiar las cosas de lugar?” Se tumba sobre la amplia cama del dormitorio y cierra los ojos por un momento. Si por ella fuera se quedaría dormida así, vestida, pero se incorpora de nuevo. Sobre el mostrador, ve la bolsa amarilla del IFEMA y siente un profundo arrepentimiento. “No debería haber ido. ¡Qué digo! Debería haber ido… pero sola”.
Ecos de ciudad fantasma en el barrio residencial. Todos duermen mientras él aparca el coche con milimétrica exactitud en su plaza de garaje. No le gustan los garajes, son lugares demasiado apropiados para convertirse en el escenario de un crimen. Abre el maletero para sacar el portátil y encuentra junto a él la bolsa amarilla del IFEMA. Al verla sonríe y piensa en ella. “¡Qué mujer tan agradable! Creo que le causé buena impresión. Seguramente le llame el domingo y la proponga comer en L’hardy”.
El aguijón de la luz del cuarto de baño se clava en sus pupilas, ha de cumplir con la rutinaria sesión de belleza antes de acostarse. No sabe muy bien por qué sigue haciéndolo, el espejo continúa devolviéndole un rostro de mujer renegada que ninguna crema sería capaz de borrar. Hay muchas cosas que jamás podrán borrarse, mientras otras nuevas hacen acto de presencia cada día. Esta noche deberá hacer una nueva muesca en la culata invisible del fusil de sus frustraciones.
Dos yogures con bífidus, un bote de alcaparras, un pedazo de queso, tres cervezas de Malta, una lata de anchoas, un tupper con lechuga picada y dos filetes de emperador son despertados de su sueño cuando abre la nevera. Uno de los botellines de Malta tiene los minutos contados. Se siente satisfecho por el transcurso del día y quiere celebrarlo, darse un pequeño homenaje. Mañana acudirá al bufete con una ancha sonrisa y todos le palmearan la espalda comentando el buen aspecto que tiene desde hace algunas semanas. Las nubes de tormenta aún están muy lejos y ni tan siquiera ha percibido el olor a tierra mojada.
De: Mauricio Fernández Lagasca
Enviado el: Sunday, April 02 18:50 PM
Para: Carmen Salgado Ortés
A lo largo de esta semana se celebrará en el IFEMA la Feria de las Antigüedades y el Coleccionismo. He pensado que, como es algo que a ti también te gusta, podríamos pasar la tarde allí el jueves que viene, después del trabajo. Así nos podemos conocer por fin en persona. Sabes que estoy deseándolo. ¿Qué te parece? Un abrazo.
Etiquetas: Jugando a ser escritora
2 Comments:
Qué experiencia, tu blog es la leche y tu relato muy bueno. Ya puse el mío, mucho peor, sin duda
¡Un aplauso! El momento nevera es una pasada. ¡Genial! Me ha encantado esta experiencia, tanto por tu relato como por el de David. Hemos creado tres historias cada uno con su sabor.
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