Mis primeros paisanos
Para mí, todo comenzó una mañana de domingo del mes de septiembre. Me desperté tarde, como es habitual en tal día de la semana y fui a la cocina, donde mi madre me dijo algo que me resultaba por entonces completamente extraño: "Anda, ve al cuarto de estar que allí está tu padre con unas cosas que ha traído de las ruinas". Se dispararon las alarmas en mi cerebro. "¡¡Ruinas!! ¿¿¿Pero qué ruinas??? ¿Qué me estás contando, mamá?" Fui corriendo a buscar a mi padre y le encontré afanado en el intento surrealista de pegar un hueso con celo. Encima de la mesa, sobre un papel de periódico, había además unas cuantas piedras y una pieza de metal oxidado. Después de regañarle con cierto grado de disimulada indignación, porque lo que había hecho se llamaba "expolio", le pregunté de dónde lo había sacado y qué estaba ocurriendo, entonces él me respondió que habían salido a la luz unas ruinas al comenzar las obras de un polígono industrial cerca de la zona por la que él siempre pasea. Como es de suponer, le pedí encarecidamente que por la tarde, sin falta, me acompañara al lugar. Quería verlo con mis propios ojos. No me podía creer que en mi ciudad existiera una excavación arqueológica, por muy insignificante que ésta fuera.
Al llegar, pude ver que la zona en la que estaban trabajando era bastante amplia (más grande que un campo de fútbol), y se podía dividir en tres partes diferenciadas. En ellas había infinidad de hoyos repartidos de formas más o menos regular, y en muchos de los cuales no se podía ver nada. Lo más destacable, por entonces, eran una especie de construcciones circulares que se adivinaban en el suelo, situadas en la zona sur de la excavación. Además, el hallazgo se encontraba sospechosamente cerca de los terrenos en los que siempre me había dicho mi padre que se situaba siglos atrás la aldea de Loranca.
Los periódicos aún no habían hablado de este hallazgo arqueológico y, por lo tanto, no sabíamos de qué se trataba. Sin embargo, yo, por entonces, deduje que debía de corresponderse con alguna construcción perteneciente a la Edad de Bronce o relacionada con los pobladores anteriores a la época romana que habitaban el sur de Madrid.
Meses más tarde, las publicaciones locales y algún que otro periódico gratuito comenzaron a hacer referencia a la "excavación arqueológica del polígono El Bañuelo". De esta forma supimos que los restos más antiguos encontrados se correspondían, efectivamente, con la Edad de Bronce, pero que otros ("un eficio de planta rectangular de grandes dimensiones" y dos cementerios, uno con 52 tumbas y otro con 200) pertenecían a la "época visigoda o tardorromana". Además, se habían hallado piezas de cerámica y ajuares del siglo V o VI d. C. Como mi padre y yo habíamos deducido aquella tarde, los arqueólgos también relacionaban los restos con la antigua aldea de Loranca "que ya era conocida por la Carta Arqueológica de la Comunidad de Madrid".
Yo, particularmente, no daba crédito a todo lo que estaba sucediendo y aún, a día de hoy, me resulta un tanto inverosímil pensar que en mi localidad hay un hallazgo arqueológico. Por tal motivo, el pasado Jueves Santo pedí a mi padre que me acompañara una vez más al lugar para comprobar cuál era el desarrollo de las excavaciones y de paso tomar algunas fotografías. Entonces habían salido a la luz unas construcciones más interesantes que se correspondían con lo explicado en los periódicos. Muros de piedra caliza, grandes tejas y baldosines de ladrillo era todo (bastante más que en mi anterior visita) lo que se podía ver, además de unos nuevos hoyos compuestos por diferentes niveles de tierra negra (restos de escoria).
En esta ocasión pude sospechar algo que ni tan siquiera imaginé la primera vez que fui. Una de las tres zonas en las que se divide la excavación (la localizada más al norte) se encuentra a muy escasos metros de la nave en la que se sitúa Papelera Española-Holmen Paper, construida hace menos de diez años. Comprobando la ubicación de dicho edificio y la de las excavaciones resulta IMPOSIBLE pensar que en su construcción no se encontraran absolutamente nada. A lo mejor peco de mal pensada, pero en el caso de que por aquel entonces salieran a la luz parte de los restos hallados este verano en el polígono El Bañuelo muchas bocas tuvieron que quedar cerradas.
Pensando en el futuro que a estas ruinas les espera pondría la mano en el fuego al asegurar que dentro de unos años habrán desaparecido del mapa como por arte de magia y que las naves de El Bañuelo se situarán encima de ellas al igual que si nunca se hubiera encontrado nada. Quizá los restos localizados no sean lo sufientemente importantes como para habilitar un recinto de cara a las posibles visitas de un hipotético público. Quizá no sean lo suficientemente importantes como para no volver a taparlos a pesar de que ya se refieran a ellos como "el hallazgo más importante de la región". Quizá mi vena de historiadora me esté dominando, pero lo que sí sé es que, para no romper con la tradición fuenlabreña (y por extensión, española) los intereses comerciales e industriales primarán más que los intereses culturales e históricos.
Etiquetas: Fuenlabrada ayer y hoy, Jugando a ser periodista
5 Comments:
Vaya, vaya, tenemos madera de arqueóloga... Mmm.
* Nuestra "cazatesoros" Fuenlabreña ataca de nuevo... ;)
NOta: Se nota en el texto tus dos vertientes periodística e historiadora ¬¬
¡Ni el mismo Indiana Jones!
Lo de los restos arqueológicos es una pena...no le damos el valor que debían.
Por cierto, ¿qué era exactamente lo que te trajo tu padre?
Era un hueso partido por la mitad, más o menos grande. Es muy posible que perteneciera a un animal muerto hace algunos meses y no a un visigodo, quién sabe. El caso es que lo tiene guardado.
También trajo pedazos de tejas y un trozo de metal oxidado.
Completamente de acuerdo, Moeh, se les debería dar más importancia. Yo es que con estas cosas me emociono.
¡Un saludo!
Irremisiblemente nos pasa lo mismo. Cuando más cerca estamos de averiguar quienes fueron nuestros antepasados y qué hicieron a los políticos se la trae... Buen trabajo, de investigación tanto como de contarnos la historia. Habemus historiadora
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