viernes, junio 30, 2006

Nostalgias


La noche. La noche, siempre. No hay nada como el silencio de una noche de verano. Ventanas abiertas, algo en el aire. Distinto.
Momento de nostalgias de diferente índole. “Nostalgia del futuro”, como comenté a alguien no hace mucho, pero también nostalgia del pasado más reciente. Pasado de días, incluso de horas. Cuatro años resumidos en un aula vacía, cuyas mesas y sillas encierran el alma de todos los que por ellas pasaron.
¿Algo aprendido? Sí, desde luego. Sin embargo, la licenciatura se llamaba “Ciencias de la vida y la experiencia”. Hace poco me dijeron que vivía con retraso al resto de las demás personas, o algo muy parecido. Indudablemente, quien me lo dijo me conocía bien. Sin melancolía no sería yo. Vivo en el pasado. Soy pasado. El futuro me da miedo, he de suponer… ¡Qué más da! Sólo sé que algo se diluyó en todo este tiempo. Que mi habitual indiferencia ha hecho que buenas personas hayan pasado por mi vida a penas sin tocarla… y al revés. No somos los mismos ahora que en el 2002, por fortuna. Mi carácter nunca ha sufrido transformaciones tan marcadas como en este período. He crecido como persona, mucho, además. Aún me queda, por supuesto. Pero siento agradecimiento. ¿A qué? ¿A quién? No sabría muy bien qué responder… Ahora comienza una nueva etapa llena de interrogantes. Espero tener arrestos para darles respuestas inteligentes. Mañana más.

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sábado, junio 17, 2006

La filosofía de los cajeros

Cada día, sobre la misma hora, una joven morena se para en el escaparate de Viena Capellanes por unos segundos. Contempla con mirada de deseo lo que a través de los cristales se expone y se marcha, con las mismas prisas con las que llegó, escuchando cualquier tipo de música en sus cascos y ensimismada en sus pensamientos. Él la contempla desde la misma distancia con la que observa a las demás personas que concurren las calles del barrio de Salamanca: ejecutivos estresados, señoras de alta alcurnia con falsa pose de distinción, obreros ennegrecidos por el sol y la fatiga, niñas de colegio mariano y falda de tablas... Todos pasan a su lado, indiferentes, siguiendo su camino, pero a él poco le importa... Cada cual tiene su historia, llena de sinsabores y de alegrías. Para él todos caminan bajo la misma lluvia fría que a veces envuelve a la ciudad, o arropados por el calor que el abrasador asfalto desprende en el desierto mes de agosto. No hay distinciones sociales. Para él, ellos son como peces que nadan en un mismo mar plagado por igual de tiburones y de bancos de coral.
Hace mucho tiempo que abandonó la llanura castellana de su pueblo para instalarse en la capital, con la maleta llena de proyectos y el pecho henchido por el orgullo del que se cree ganador. Muchos golpes vendrían después, tantos como desengaños. La vida le curtió con la lección de la regla en la mano y la mirada en la pared. En Madrid no le esperaban aquellos sueños que, creyó, le pertenecían por derecho. Esta ciudad traicionera le aguardaba un destino de cajas de cartón y miseria; de días, horas, minutos ociosos... y de hambre.
Sin embargo, no guarda rencor a su suerte. Gracias a ella, piensa, se ha fundido con la ciudad hasta pasar a formar parte de ella. Su amor por esas calles solamente se puede entender desde la frontera que siempre separa al odio del más profundo de los aprecios. Ama a Madrid como sólo se puede amar a aquellas personas que causan tantas dichas como amarguras. Por esta razón, sabe, jamás podrá marcharse, ni comenzar una vida distinta, tal y como le aconsejan esos jóvenes imberbes que con falso altruismo intentan ayudarle "a pasar mejor el invierno", trasladando sus huesos (o lo que queda de ellos) a albergues infestados de crueles historias de fracaso, peores, aún, que la suya propia. Nadie jamás podra separarle ya de los sucios rincones de las calles de Madrid. ¿Qué más puede pedir? Su techo es la noche y su casa no está limitada por ningún muro. Las grandes teorías filosóficas están escritas en los huecos de los cajeros, y las mejores novelas se leen en la amalgama de rostros de los transeúntes. Con eso, le basta.

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