Próxima parada
Existía. Candela estaba segura de que existía, porque había visto su nombre en el plano del metro. Ahí, justamente a continuación de la parada en la que se bajaba todos los días. En cambio, aquellas vías que se prolongaban hasta donde su vista podía alcanzar le parecían poco menos que un misterio: “¿Qué habrá en aquella otra estación? ¿Hasta dónde me llevarían los trenes que salen desde allí?”
Cada mañana, acostumbraba a echar una breve cabezada, aprovechando los minutos de trayecto desde su casa hasta el trabajo. La voz enlatada de la mujer que anunciaba la llegada a su estación activaba por segundos su mal humor. Después, echaba el pie al andén, empujada por las mochilas y los bolsos de los viajeros que salían del vagón como una exhalación, y miraba hacia su derecha, observando el hueco negro del túnel por el que después se perdería el tren.
Aquella próxima parada había comenzado a conquistar terreno en sus pensamientos; poco a poco, como un cáncer. Mientras ocupaba su mesa de secretaria a la puerta del despacho de su jefe, un abogado de prestigio, se imaginaba finalizando el trayecto que todos los días se veía forzada a interrumpir. Estaba segura de que la suya no era la estación en la que realmente se tenía que apear, por mucho que, a todos los efectos, así lo pareciera.
Ocurrió. No fue un día de sol, ni tan siquiera se sentía más motivada de lo habitual. El aire no olía más limpio y el imbécil del vecino del tercero esta vez tampoco le había dado los buenos días cuando coincidió con ella en el ascensor. A Candela no le sucedió ninguna de esas gilipolleces que hacen prever el final feliz de toda película ñoña. Sencillamente, llevaba tanto tiempo imaginando los pasos que debería dar para cumplir por fin con el deseo de saber qué había más allá, que aquel día no abrió los ojos cuando la voz plana y fría anunció su parada. Permaneció inmóvil en su asiento de plástico azul hasta que el tren llegó a su destino.
Entonces, una vez se encontró en aquella estación de ferrocarril que tantas veces se había imaginado, encaminó sus pasos decidida hacia la primera taquilla que vio. Miró con firmeza a la chica uniformada que atendía aburrida a los pasajeros tras el cristal y, pronunciando con seguridad cada palabra, se atrevió por fin a preguntar: “Buenos días, ¿me vende un billete para el primer tren que salga hoy?”
Etiquetas: Jugando a ser escritora
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