Tras el cristal
A las 21:55 de la noche del pasado domingo, un nutrido grupo de viajeros llenaba el vagón de la cafetería del AVE Sevilla – Madrid, haciendo cola con paciencia de Santo Job para conseguir un bocadillo de jamón que meterse entre pecho y espalda. Al otro lado de la ventanilla, las llamas devoraban un monte de encinas, extendiéndose por el horizonte, allá hasta donde la vista podía alcanzar: era el incendio de Córdoba.
Nadie dijo nada. Nadie parecía darse cuenta de lo que pasaba fuera del tren, lejos del aire acondicionado y los mullidos asientos. Si restamos el número de personas que en ese momento del trayecto se encontraban durmiendo, más aquellas que leían, más los unos que hablaban con el compañero, más los otros cuya ventanilla daba al lado contrario del llameante, la proporción de viajeros que pudieron percatarse de que algo grave sucedía allá afuera tuvo que ser muy escasa.
¿Y los que lo vieron? Los que lo vieron se quedarían perplejos, deseando que aquello terminara pronto, mirando con pena el resto de encinas que esperaba el momento en el que las llamas pasaran sobre ellas. ¿Y qué otra cosa podían hacer? ¿Amotinarse contra el maquinista para que parase el tren y así ayudar a extinguir el incendio? ¿Rasgarse las vestiduras y arrancarse los pelos por el desastre que allí ocurría? No, claro que no, pero así es con todo.
Autocrítica para reconocerse como un mero espectador de lo que les sucede a los demás, conscientes de la miseria a través de una pantalla, de un cristal, desde la atalaya de una seguridad que creemos inexpugnable. Así, hasta que te toca, y vives tu patético momento de gloria mediática, como en una pesadilla, como si lo real pasara la frontera de lo imaginario sin encontrar explicación alguna, deseando que alguien te saque de ese mal sueño y vuelvas a la normalidad, al anonimato, a la rutina odiada de siempre. Si no, que se lo pregunten a los de Canarias…
Nadie dijo nada. Nadie parecía darse cuenta de lo que pasaba fuera del tren, lejos del aire acondicionado y los mullidos asientos. Si restamos el número de personas que en ese momento del trayecto se encontraban durmiendo, más aquellas que leían, más los unos que hablaban con el compañero, más los otros cuya ventanilla daba al lado contrario del llameante, la proporción de viajeros que pudieron percatarse de que algo grave sucedía allá afuera tuvo que ser muy escasa.
¿Y los que lo vieron? Los que lo vieron se quedarían perplejos, deseando que aquello terminara pronto, mirando con pena el resto de encinas que esperaba el momento en el que las llamas pasaran sobre ellas. ¿Y qué otra cosa podían hacer? ¿Amotinarse contra el maquinista para que parase el tren y así ayudar a extinguir el incendio? ¿Rasgarse las vestiduras y arrancarse los pelos por el desastre que allí ocurría? No, claro que no, pero así es con todo.
Autocrítica para reconocerse como un mero espectador de lo que les sucede a los demás, conscientes de la miseria a través de una pantalla, de un cristal, desde la atalaya de una seguridad que creemos inexpugnable. Así, hasta que te toca, y vives tu patético momento de gloria mediática, como en una pesadilla, como si lo real pasara la frontera de lo imaginario sin encontrar explicación alguna, deseando que alguien te saque de ese mal sueño y vuelvas a la normalidad, al anonimato, a la rutina odiada de siempre. Si no, que se lo pregunten a los de Canarias…
Etiquetas: Jugando a ser periodista, Ocnos
6 Comments:
Un cristal protege la vista pero no el corazón...
Para que la gente abramos los ojos, por desgracia, hace falta recibir palos en el propio lomo,no en el ajeno
Un placer coincidir por estas calles ;D
(5º vez que intento postearte¡¡)
Vaya no tenia ni idea de que tambien habia ardido parte de cordoba.
Sin ganas de volver a Madrid pero con ganas de reencontrarme con los amigos
Saludos mari !!!
eres hermosa e inteligente, ya quisiera conocerte, mas no
adios
no soy un gran blogger q digamos, pero soy yo
Coviiiiiiiii mira a ver este enlace!!! si cuando digo que escribes como los ángeles...
http://blogs.elpais.com/blogdebloggers/
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